miércoles, 6 de julio de 2011

El Maestro

Puerta con telarañas - Cortínez, Luján.

El Maestro finalmente abrió los ojos, saliendo de un trance de años. Mientras sus párpados cubrieron sus pupilas él flotó sobre cada punto del Universo, sobre cada cosa viviente e inanimada, sobre el pasado, sobre el futuro, sobre cada una de las verdades individuales, limitadas y aparentemente contradictorias que solamente Su ojo puede aprehender y que en su totalidad conforman La Verdad, única, coherente, eterna. Porque no existe el misterio, el misterio es solamente el nombre que damos los ignorantes, los incompletos, los finitos, a la vastedad oscura del Todo. Tenemos apenas un puñado desordenado de las piezas del gran rompecabezas, y ni siquiera esos fragmentos podemos armar porque pertenecen a partes distantes de la enorme figura. Pero no el Maestro, Él -como un águila- planea sobre La Verdad y la observa fluyendo y sin embargo estática, cambiante y sin embargo idéntica, piadosa y sin embargo aterradora.


Años hace ya que al Maestro le planteé La Pregunta. Cuando la hubo oído fue que cerró sus ojos y salió en busca de La Respuesta, como un arqueólogo que sabe que en el jeroglífico está la palabra, pero que tiene que descifrarla. Fue entonces que empezó su viaje y hoy, ahora, en este momento, al abrir sus ojos yo sé que en sus alforjas me trae la llave de todas las puertas que yo mismo me impuse cuando mi rostro no estaba todavía surcado por los hilos del tiempo, cuando se me ocurrió La Pregunta, la enigmática cuestión que yo nunca podría responderme. Pero que Él sí podría contestar; ah, qué suerte tuve de encontrarlo. Casi media vida me detuve esperando esa llave y ahora, finalmente, la voy a tener, el Maestro me la va a revelar y volveré a correr como un río poderoso, pero esta vez por los cauces que yo elija y -aunque siempre imperfecto- voy a ser feliz. Casi media vida se me ha pasado, y está bien: lo que me queda tendrá, finalmente, sentido.

Mi corazón palpita con furia haciendo crujir las costillas que lo aprisionan y siento en el cuello los golpes de la sangre, como un tambor que alguien toca desde adentro.


-Maestro, ¿cuál es La Respuesta?

-¿Eh? Ah, perdón, me debo haber dormido... ¿Por qué, me habías preguntado algo, muchacho?